Abraham en el Nuevo Testamento
Autor: Steve Moyise
Traducción: Ruth Iliana Cohan (Asociación Bíblica Argentina)
Abraham es una de las figuras más importantes del Nuevo Testamento. Mateo remonta la genealogía de Jesús hasta Abraham (Mt 1:17). Los judíos fieles son llamados “hijos” o “hijas” de Abraham (Lc 13:16, Lc 19:9) y se les da la promesa de que él estará ahí para recibirlos cuando partan de esta vida (Lc 16:22). Encontramos un resumen de sus logros en Hechos 7 y Hebreos 11, donde se destacan dos incidentes. En primer lugar, Abraham estaba dispuesto a dejar su propio país y confiar en que Dios lo llevaría a uno nuevo. En segundo lugar, creyó que Dios podría convertirlo en el padre de muchas naciones, a pesar de que su esposa, Sara, no podía tener hijos. De hecho, Santiago cree que su fe era tan grande que habría ofrecido a su hijo Isaac en sacrificio, si eso lo hubiera querido Dios (Stg 2:21). Afortunadamente esto no fue así (ver Gn 22).
La fe de Abraham también fue importante para Pablo, pero utiliza este argumento para destacar otro asunto. Algunos cristianos judíos insistieron en que los cristianos gentiles debían ser circuncidados para pertenecer al pueblo de Dios (Hch 15:1). Después de todo, en Génesis 17:12-13 se llama a la circuncisión un signo “eterno” del pacto, y dice que esto se aplica a cualquier extranjero que viva en medio de ellos. ¿Cómo pueden estos cristianos gentiles afirmar tener fe en Dios si no están dispuestos a hacer aquello que Dios les pide?
Pablo lo ve de manera diferente. Él piensa que la exigencia de la circuncisión contradice el evangelio, donde “ya no hay judíos ni griegos… esclavos o libres… hombre y mujeres” (Ga 3:28). Pero él no quiere una separación entre los hijos de Abraham y sus gentiles conversos –que con razón pueden ser llamados hijos de Abraham– porque comparten la fe de Abraham (Ga 3:6-9). De hecho, Pablo puede argumentar que la fe cristiana es similar a la fe de Abraham porque ambas implican creer que Dios “llama a la existencia a las cosas que no existen” (Ro 4:17). Hebreos contiene un argumento similar, donde la voluntad de Abraham de sacrificar a Isaac es similar a la fe en la resurrección, ya que “consideró que Dios era poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde también, en sentido figurado, lo volvió a recibir” (Hb 11:19).
Si Pablo tiene razón en que los gentiles pueden ser incluidos en el pueblo de Dios sin necesidad de ser circuncidados, entonces Dios parece contradecir sus propios mandamientos. ¿Se puede confiar en ese Dios? Este es el tema de Romanos 9-11, donde Pablo señala que también Ismael era hijo de Abraham, pero fue excluido de Israel. De esto deduce que no es la descendencia biológica aquello que define al pueblo de Dios, sino la respuesta en fe a Dios, precisamente lo que han hecho los conversos gentiles. Pablo es particularmente osado en su carta a los Gálatas. Aquí utiliza a los dos hijos como una alegoría a dos tipos de personas: los que son libres y los que son esclavos. Ya que considera que la exigencia de la circuncisión es una forma de esclavitud; sugiere que sus oponentes se muestran como hijos de la esclava en lugar de hijos de la promesa (Ga 4:22-31).